LOS SUIZOS SABEN DE CAFÉ

LOS SUIZOS SABEN DE CAFÉ

A mí no me gusta que se enfríe el café. Lo tomo caliente. El mundo es como debe ser y no puedo ejercer mis deseos en él. Pero el café es controlable, puedo dominarlo. Es importante poder controlar algo al menos.

No pude controlar cómo y cuándo nacer, como esperma injerto en un óvulo o también como óvulo que recibe, tuve un rol predestinado, azaroso, contemplativo. No mucho ha cambiado; la sociedad me ha incorporado saberes, religiones y ha hecho de mí una persona moral, pero también el reverso que hace de mí y de todos los seres menos miserables: un deseo y una práctica estimada de libertad. Ejerzo eso que puede llamarse libertad en este café barato, instantáneo, pienso que la libertad es tomarlo caliente.

Golpean a mi puerta. Son dos ángeles con alas, aureolas, son como no puede ser de otra manera, rubios. Pasan, se sientan un el living.
Empieza a hablar el que carga un mazo con picas, una estrella del alba dorada, que carga en la mano izquierda (en la otra mano carga el libro mormón).
—Don Segovia, es el fin del mundo.
—No me diga. aún no termine esa novela, que cagada...
—Venimos a incorporarlo a las filas del cielo.