LOS SUIZOS SABEN DE CAFÉ

LOS SUIZOS SABEN DE CAFÉ

A mí no me gusta que se enfríe el café. Lo tomo caliente. El mundo es como debe ser y no puedo ejercer mis deseos en él. Pero el café es controlable, puedo dominarlo. Es importante poder controlar algo al menos.

No pude controlar cómo y cuándo nacer, como esperma injerto en un óvulo o también como óvulo que recibe, tuve un rol predestinado, azaroso, contemplativo. No mucho ha cambiado; la sociedad me ha incorporado saberes, religiones y ha hecho de mí una persona moral, pero también el reverso que hace de mí y de todos los seres menos miserables: un deseo y una práctica estimada de libertad. Ejerzo eso que puede llamarse libertad en este café barato, instantáneo, pienso que la libertad es tomarlo caliente.

Golpean a mi puerta. Son dos ángeles con alas, aureolas, son como no puede ser de otra manera, rubios. Pasan, se sientan un el living.
Empieza a hablar el que carga un mazo con picas, una estrella del alba dorada, que carga en la mano izquierda (en la otra mano carga el libro mormón).
—Don Segovia, es el fin del mundo.
—No me diga. aún no termine esa novela, que cagada...
—Venimos a incorporarlo a las filas del cielo.

—Pero yo no soy un guerrero, soy un hombre gordito nomás.
—Venimos a destruirlo si no acepta, somos gente copada— dejó el libro mormón sobre la mesa del living—.No nos complique el trabajo.
Esa mesa del living la había improvisado con una chapa oxidada y un par de ladrillos huecos, arruinaba el feng shui del cuarto (el óxido drena los flujos energéticos y la mesa estaba en el centro de la habitación)... tenía pensado poner un vidrio en su lugar, pero el chapón oxidado me ponía nostálgico, por mi viejo que era recroto.

El ángel puso encima del libro mormón el mazo. Su compañero jugueteaba descascarando el borde de la chapa.
—Estoy tomando un café ¿tengo que decidir ahora?
—La guerra está en los cielos ahora mismo
El ángel aleteó y voló el techo de mi casa. Vi como jinetes alados se enfrentaban a jets de combate en el espacio. La verdad era una masacre, se los estaban garchando, los jets a los jinetes.
—¿De qué lado están los jets?
—Son suizos.
Maldije al destino por no ser suizo, después me disculpé con los visitantes, me imaginé que no apreciaban los insultos, pero el ángel me dijo que era un gran maldecidor.
—Soy un gran maldecidor, insulto sin problema, es por eso que cargo un mazo, los ángeles guerreros tenemos un protocolo distinto.
—Ah...
—Mire señor Segovia, apúrese con la decisión.
—Entenderá Ud. señor que no quiero ser destruido, pero tampoco quiero luchar, quiero ser suizo, quiero tomar el café que interrumpieron, que se está enfriando pero ustedes aparecen y me obligan a tomar una decisión que no considere jamás...no puedo decidirme así de fácil.
El ángel que no cargaba armas y tenía cara de pavote le cuchicheo algo al del mazo, entendí algo como "hace mierda a este infiel" o algo así. El del mazo agarró el mazo y la biblia mormona.
Y me quiso pegar.

Yo le tiré con el café tibio en la cara, no le hizo mucho. Empecé a correr.
Él volaba y me alcanzó rápido.
—¿Está seguro de su decisión?
—Estoy seguro que no quiero ser destruido.
—¿Entra en las filas del cielo?
—No, pero no quiero morir


El ángel batió el mazo de hierro y luz contra mi cabeza. Mis sesos volaron en una nube roja. Me temblaron las piernas un rato. Los brazos colgaron. El ángel tiró mi cuerpo decapitado sobre la mesa de chapa oxidada, desencajando los ladrillos que la armaban. En eso el otro ángel llama al cielo y pregunta si había llegado. Responden que sí. Me pasan el teléfono y me dice: "Usted no tuvo elección, señor, ahora está en las filas del cielo. Deje de pensar que le gusta el café caliente, nunca fue su decisión, nada nunca lo será, la urgencia, el destino y la coyuntura son las excusas que tienen para actuar y pensar que no pudieron decidir pero usted nunca fue suizo y nunca lo será, 'tamos?" me colgó.

En el cielo me dieron un caballo, una especie de machete y subimos a un camión con alas. Me dijeron que partíamos a luchar contra los suizos, yo putié, porque ahora podía putear según me dijeron.